De pequeña solía fantasear con la posibilidad de encogerme –y des-encogerme–a mi antojo, y también con poder parar el tiempo (veía por entonces la serie Out of this world), que me parecía un más que aceptable buen segundo súper poder a elegir. Pero lo que más me deleitaba era imaginar todo lo que podría hacer si redujera mi tamaño al de un muñeco de lego por ejemplo, o mejor aún al de de una Polly Pocket (las de los años ochenta). Otras grandes referencias en mi imaginario venían de la serie Tierra de gigantes, y las películas Querida, encogí a los niños, y La llave mágica.
Pero lo curioso es que mis fantasías más recurrentes tenían que ver con algo poco mágico y más bien pragmático. Lo que yo realmente quería era:
Poder nadar cuando yo quisiera sin tener nada que ver con clases aburridas de natación ni padres contándome con cronómetro el tiempo responsable de diversión acuática para no acabar insolada y con quemaduras.
Una variación sobre el primer punto, poder sumergirme y bucear en la pecera de la sala del dentista durante la larga espera, tenía muchísimos pececitos tornasolados, un barco hundido, piedritas de colores, plantas y recovecos entre las rocas.
Tener un árbol grande de verdad, robusto y frondoso, para poder subir a él y hacer una guarida. De preferencia una jarcaranda con flores moradas.
La solución más lógica era poder encogerme y así el bonsai de mi madre que estaba tan bonito en su macetita en el salón se convertiría en mi árbol ideal y un simple tupper con agua bastaría para servir de alberca olímpica. Era el plan perfecto.
Toma de Alicia, de Jan Svankmajer's
Hoy recuerdo especialmente estos momentos de ensoñación al encontrarme nuevamente fantaseando con formas mágicas de expandir mi espacio vital, aunque por motivos muy diferentes (en Madrid estamos al principio de la cuarentena por el COVID-19). ¡Qué bien me caería en este momento poder adentrarme en un bosque y pasear entre las ramas de los potos en casa!
Estos pensamientos, por otra parte, me han hecho recordar un taller que disfruté mucho hace varios años en clase con los niños. Se trataba de imaginar cómo sería un día en nuestra vida si al amanecer despertáramos del tamaño de un grano de arroz.
¿Cómo y qué comerías?
¿Cómo llegarías a los lugares a donde tienes que ir?
¿Cómo sería salir de casa siendo tan pequeño?
¿Qué cosas divertidas podrías hacer que no puedes hacer con tu tamaño actual?
¿Qué crees que sería lo mejor de ser tan pequeño?
¿Y lo peor?
Hicimos juntos una lista de preguntas interesantes en la pizarra para ir sacando ideas.
Pero antes de ponernos a dibujar siempre me gusta empezar los ejercicios viendo referencias de artistas, y en esa ocasión llevé a clase unos libros del artista británico Slinkachu. ¿Lo conocen? Es muy divertido y ocurrente. Y también algo cañero.
Imágenes de Slinkachu
-¡Yo quiero nadar en helados!
- ¡Qué horror las cacas gigantes de las ratas!
-¡Yo sí viviría en una bolsa de patatas para siempre!
Recuerdo la fascinación y los gritos de los niños al ir hojeando las imágenes. Algunas escenas les parecían paradisíacas, otras muy absurdas y unas cuantas asquerosas y aterradoras. Hay de todo en estos libros, aunque sin duda el artista tiene bastante humor negro. Y después de unas buenas risas y de mirar bien con lupa nos pusimos a trabajar.
Las imágenes de Slinkachu calaron hondo, ya que en los dibujos de los niños dominaron los paisajes urbanos.
Podemos encontrar desde urbanizaciones en bolsas de basura a ríos de pis o soda, ratas y bichos transportadores de mini humanos.
Puedes deslizarte por toboganes hechos de billetes y luego a casita, dentro de una cueva-bolsa de palomitas olvidada.
¿Necesitas volar? En Mariposas de Iberia, propone Pablo (11 años).
Esta chica descuidada vierte algo de su refresco sobre un pobre mini ser que navega sobre un libro con chimenea de cigarrillo en un charco. ¡Menos mal que cuenta con una cucharita-paraguas para protegerse contra las inclemencias gaseosas!
Otros de los temas favoritos, copiados y más versionados, fueron:
-Vivir en helados, nadar en lagos de helado y esquiar en montañas de helado.
- Casas para vivir hechas de dulces, salones con mesas de galleta, paredes de chocolate masticables, etc.
Algunos en clase decidieron llevarlo más allá y contar en varias escenas algunas aventuras haciendo un cuadernito con unas hojas dobladas a forma de cómic.
Una niña narraba cómo adaptaría su casa de muñecas y montaría sobre su hámster para recorrer su habitación. Alguien ideó una lucha contra insectos como batalla naval sobre leche con cereales. También había una saga romántica que acababa con un casamiento en una capilla de helado rosa y azul.
La mala suerte es que ese día no tuve tiempo apenas para fotografiar los resultados antes de que los niños se llevaran sus trabajos y solo me quedé con algunos de los ejemplos registrados. Una pena, pero aún así seguramente que puedan imaginarse la cantidad de posibilidades e historias fantásticas que pueden salir con esta propuesta.
Una pequeña variación también podría ser jugar con invertir los roles, ¡algo que me encanta! En clase lo hablamos y nos reímos bastante, pero no hubo ese día ningún ejemplo que yo recuerde. La pregunta era:
¿Qué pasaría si en vez de encoger los niños encogieran los adultos en casa?
Ahí la dejo, por si alguien se anima.
Tomas de la película The incredible shrinking man.
¿Qué otras obras creen que podría ser interesante compartir en familia con la temática de diminutos y gigantes? Valen cuentos, novelas, películas, canciones…Todo un mundo de mini y macro posibilidades.
Espero que esto pueda servir a alguien de juego y sana distracción en estos momentos, ya sea para dibujar, para escribir, para inventar historias o simplemente para fantasear.